Aura, es una novela que todo el tiempo te tendrá en suspenso y al terminar las últimas páginas estarás cimbrado en tu asiento. En esta novela, como en todas las demás obras literarias de Carlos Fuentes, puedes apre ciar su gran talento como escritor al estar escrito en tercera persona.
La novela toma lugar en el año de 1874 aproximadamente, tiene sólo tres personajes que son la anciana Consuelo Llorente (dueña de la casa), Felipe, el joven historiador y conocedor de la lengua francesa y Aura, la bella joven de los ojos verdes que cuida de su tía que es la misma Consuelo.
La trama toma lugar en esa misteriosa y oscura mansión en la calle de Donceles, número 815.
Todo inicia cuando Felipe, lee en un periódico una solicitud de trabajo que encierra perfectamente su perfil y el pago que le ofrecen es bastante atractivo, así que decide tomar el trabajo.
Fuentes, te llevará a través de este pequeño relato por la gran aventura de experimentar en tan sólo 61 páginas el recorrido de todos los sentimientos en una sola obra: pasarás por horror, repulsión, coraje y amor. También el juego que realiza con el tiempo es excelente, en donde entrelaza el presente con el pasado en la misma narración. Y ahí es dónde se puede apreciar la gran calidad literaria que desempeña este famoso escritor.
El lenguaje empleado y la calidad narrativa de éste ilustre literato es sorprendente; la forma de redactar las escenas de amor y pasión entre los protagonistas principales es excelente, llevando al lector a experimentar toda clase de emociones.
La narración que utiliza Fuentes es lo mejor de sus obras, ya que detalla los interiores de la casa increíblemente. A pesar de que toda la trama se desarrolla en la penumbra, puedes sentir y vivir esa obscuridad, tocar el moho de las paredes, ver, oler y deglutir los riñones que se servían de alimento y la escena más fuerte es la de Aura destripando un gato.
No podrás dejar de leer en ningún momento, es una obra ampliamente recomendada para mayores de 14 años y amantes de la buena literatura.
La luz que ofusca el pensamiento de la doctora Ana María Oliva
ResponderEliminarNo podía empezar peor la profesora en el Instituto en Bioingeniería de Catalunya, –entiende un entrañable amigo de múltiples y aun, en ocasiones, acalorados debates. ¿Por qué?, pregunto con desbordante ingenuidad. ¡Mira que sacar a colación el ama en este asunto!, «Mi célula más vieja tiene cinco años y mi alma es eterna.»
Pase la referencia religiosa –añade mi amigo–, y aunque no seré yo quien haga más estillas del tronco caído, no crees tú –continua– que sólo quien no sepa lo que acontece en este mundo puede concluir que «Si no ves a Dios en todo…, no ves nada». (Mi amigo me acerca una entrevista realizada por Víctor-M. Amela a la doctora Ana María Oliva, «Cada pensamiento cambia tu biocampo electromagnético», La Contra. La Vanguardia. Jueves, 19 de junio de 2014, y su lectura me permite coincidir con su análisis. Añade mi amigo que no espere nada mejor del libro objeto de la entrevista, Lo que tu luz dice. Un Viaje desde la Tecnología hacia la Consciencia. Editorial Sirio. Barcelona. 2014. Veremos.)
¿Quién soy?
Todo indica que para la Directora en Instituto Iberoamericano de Bioelectrografía Aplicada, además de Business Partner en Lyoness AG, el aspecto más importante y, por consiguiente, definitorio de la naturaleza humana es la materia, y la materia en tanto energía. Escuchémosla: «Materia es energía, mesurable en frecuencias de ondas, invisibles unas, visibles otras… ¡Luz!»… «Como el universo, somos hologramáticos: cada parte contiene la información del todo.»
Causa sonrojo –apunta mi amigo– tener que recordar que la materia es importante, pero en modo alguno, y tampoco como energía, constituye un factor decisivo y menos definitorio del sujeto humano. No somos fundamentalmente «holo», tampoco «halo», y menos «aura», como imagina la doctora Ana María Oliva.
Siguiendo con lo que es más que un juego de palabras, es dable señalar que si algo somos los sujetos humanos –añade mi amigo– es «gramáticos». ¡Pues que sería del bebé, baste indicarlo así, si se le impidiese aprender a hablar, qué sería el ser humano sin la palabra, sin el lenguaje, tan singular que nos diferencia radicalmente de los otros animales. En fin, que sería de nosotros sin el Otro, sin ese lugar inconsistente por la falta de un significante, o sea, sin el Inconsciente que, como ámbito psíquico de la palabra y del deseo, determina cuanto hacemos, pensamos y deseamos. Sin el Otro del lenguaje, en el mejor de los casos estaríamos ante el niño salvaje conocido como Víctor de Aveyron.
Esta doctora en Biomedicina por la Universitat de Barcelona, parece desconocer ese aspecto esencial y fundamental, y necesario también para quien se proponga decir algo congruente y cierto acerca del sujeto humano. Es más, hace suyas, –no sé si es consciente de ello–, algunas tesis filosóficomorales antiquísimas, trasnochadas y, conforme a la malsana tendencia al goce de los seres humanos, resucitadas por los acólitos de la espiritualidad, grupo de iluminados entre los que contabilizan algunos físicos cuánticos. Ninguno de ellos muestra conocer al griego Pitágoras de Samos, y así es también respecto al celebérrimo Platón. Conocerlos significa advertir sus ideas sobre la relación entre el alma individual y el Alma del mundo, siendo aquella, según tan egregios personajes de la cultura, una parte desprendida de esta última. En suma, según el pensamiento especulativo de estos filósofos, no ajeno a un patológico narcisismo y demostrando un inconmensurable horror a la separación del otro que nos hace autónomos, no somos sino una parte del Todo, del Universo.
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Blanes, 22 de junio de 2014
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